viernes, 12 de marzo de 2010

CUENTO DE MARZO


A mí me encantan los caballos, son unos animales normalmente muy fieles y siempre están ahí cuando los necesitas. Un día, yo fui a mi cuadra di un paseo con él, lo lavé, lo cepillé, bueno lo normal que se hace con un caballo.

A Marismeño, como era tan dócil, lo utilizaban para dar clases a las personas que no saben y quieren aprender. Era un caballo que para que se enfade hay que hacerle mucho y hay personas, como yo, que le hicieramos lo que le hicieramos no se enfadaría.

Os voy a contar como me quedé con Marismeño. Marismeño era un caballo que cuando era pequeño estaba un poco enfermo de la pata y a los pocos días de nacer, Trianera, su madre, se murió. Trianera era la yegua de mi tía y también era muy fiel.

Cuando nació, mi tía me lo regaló porque era mi cumpleaños y me encantó, claro. Yo estuve siempre con él, aunque como tenía la pata mal no le podia montar.

Cuando cumplió dos años, aunque le costó mucho, se curó y pude empezar a montarlo. Solo me dejaba a mi y al resto de personas les tiraba al suelo. Poco a poco, con mi ayuda fue dejando que le montaran hasta que llegó a ser como era de fiel.

Un día fui a verle a la cuadra. Marismeño se había enfadado y se había escapado cabalgando. Cogí otro caballo en cuanto me enteré y fui a buscarle. Lo encontré, pero estaba tumbado en el suelo y con no muy buen aspecto. Era la pata, como le habia pasado de pequeño, y no me dejaba ni siquiera a mí acercarme por culpa de su dolor.

Llamé a mis padres para que vinieran a ayudarme para llevarlo otra vez al establo. Lo llevamos y llamamos de urgencia al veterinario. Le tuvieron que dormir para poder tocarle la pata, y el doctor lo estuvo mirando durante muchisimo tiempo por la lexión que tuvo de pequeño.

Se había hecho un esguince en la pata, pero se le curaría con el tiempo.Tuvo que estar seis meses sin ser montado para que se le curara. Cuando pasó ese tiempo lo intenté pero no me dejó.

Le había recordado esos momentos, de cuando de pequeño que tenía la enfermedad en la pata. Desde entonces no me dejó montarlo aunque sí estar con él todo el tiempo que quería y a los demás ni siquiera eso. Por culpa de este acontecimiento a mi me seguian gustando los caballos, pero no queria seguir montando a ningún otro.

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